domingo, 20 de diciembre de 2015

Carambolas

Salgo de un concierto único. Delicado, sensible, hermosísimo... Camino por las calles iluminadas de Madrid preguntándome si es justo mi disfrute infantil con la decoración navideña mientras algunas familias no pueden encender la calefacción estas navidades... También me pregunto si esa es la pregunta adecuada.

Salgo renovada después de una semana larga e intensísima. Tal ha sido el bálsamo al escuchar a nuestra Raquel Andueza

acompañada de Jesús a la tiorba y un arpista maravilloso, en un repertorio suave y potente como el mismo amor, tema que ilustran.

Salgo aliviada, sitiendo mi cuerpo sacudido estos dos últimos días como en una partida de billar. Carambolas que impactaban contra la bola central de mi corazón. Han sido muchas y variadas.

Camino disfrutando del simple hecho de poder hacerlo en esa ciudad encendida, y retiembla en mí el recuerdo de ese "zapateao"
portentoso que me dejó clavada en mi butaca del salón de actos del Hospital Doce de Octubre el jueves.

Haciéndome sentir que hay algunas músicas que sólo se pueden entender " en vena", como el flamenco.
Y esa carambola sutil y portentosa al mismo tiempo, es solo una de una sucesión que retumbaron ese escenario sin piedad.
Un escenario lleno de pacientes (más que nunca, me pareció), familiares, personal sanitario (que trabajaron como jabatos acomodando y atendiendo a los pacientes impedidos). 


Carambola tras carambola. Bolas que se cruzan y nos impactan. La voz desgarrada que no te suelta de Rafita de Madrid, acompañado por una flauta
que cose sus quejíos como para que no se sientan solos. Y las guitarras
y el cajón que se persiguen y acompasan en un lenguaje único que es imposible compartir del todo si no lo has "mamao". 

No importa entenderlo o no. Sobre ese escenario se da lugar una comunión única que rapta a los interpretes y los lleva a otra dimensión.
Como en trance, solo ellos saben que están bebiendo de unas mismas raíces a las que dan sentido y que los alimentan.
El flamenco lo abarca todo y te zarandea. Desde la explosión de fiesta y ganas de vivir, al dolor más profundo.

Los pies hablan. Parece imposible que unos pies puedan moverse así. Poseer un cuerpo, hacerlo suyo y seducirnos a todos con su tableteo casi imposible (ella).






 Desgarrado, excesivo, desbordante, (él).
Hablar con los pies, cantar con los pies, transmitir algo muy hondo con los pies. Cante h(j)ondo, lo llaman.

Varios pacientes salieron antes de que terminara el espectáculo. No sabemos por qué. Tal vez se encontraban cansados, necesitaban reponer o administrar algún tratamiento...No sé. 
Pensaba yo que tal vez para algunos, podría ser insoportable asimilar esa avalancha de esencia que te hace sentir tu cuerpo como una caja de resonancia de cristal a punto de estallar como esas copas de vidrio que se quiebran golpeadas por una simple nota. 
Porque esa sucesión de carambolas nos sacudía en nuestros asientos. Impelidos al movimiento. 
Carambolas directas al corazón, sin bandas.

Descubro la ternura de las luces de algunas calles
gracias al calambre que me produce el recuerdo de otras carambolas mucho más fuertes. 

La ternura más grande del mundo y también el dolor. En medio de esas calles engalanadas que invitan a la alegría, me golpea la carambola más severa en el recuerdo de un bebé, solo, en su cuna, atado a varios monitores, casi desnudito- para poder atenderle mejor en caso de necesidad- abierto en una cicatriz más grande que su minúsculo pecho. Una cicatriz incomprensible en ese cuerpecito que luchaba en cada latido por darle sentido, por hacer posible lo imposible. Solo. Él y su cicatriz. Y de repente no recuerdo dónde estoy-  en ese mismo hospital en la UCI pediatríca, al día siguiente, viernes- , ni qué hago allí. Sólo existe esa cicatriz y su sinsentido que el bebé llena de fuerza y necesidad en cada registro de monitor.
  
Al fondo escucho la voz de Sandra y la guitarra de Melón,
 cantándole a Suqui que tiene su cuerpecito de unos cinco años cosido a vendas y a una sonrisa radiante. Tanto que ilumina toda la sala. La sonrisa de Suqui al escuchar la maravilla que Sandra y Melón le están regalando mirándola a los ojos, no se deja empañar por las lágrimas de su madre que son de pura alegría: Suqui sale de la UCI y se va a planta. Lo peor ha pasado. Y la sonrisa de esa niña es tan grande que en ella cabe todo el equipo que la ha cuidado que se despide de ella, llenándola de besos. Alegres de que ella deje esa arena tan difícil para pasar a otros combates menos serios que son los que siguen peleando todos los niños que se quedan allí. Y a los que  Sandra y Melón han logrado acercarles todo lo que les espera fuera y es tan hermoso. Y también, les han cantado que, por eso, deben seguir dando la batalla. 

No debe de haber profesión más hermosa y difícil que la de estos médicos, enfermeros, y auxiliares. Un trabajo que da sentido a la vida y al mundo. 
Y sin embargo, como me hace apreciar Inma, no hay medicina ni asistencia que pueda calmar más rápidamente que la mano de una madre.
La mano que coge la de su hijito inquieto y lloroso tras una operación y logra  lo que distintas enfermeras no han conseguido. 



La mano de una madre. Y la música. Que llega y ,sin más, logra acallar, por un ratito, el llanto desconsolado de un bebé prematuro al tiempo que el ¨pentagrama" del monitor nos dice que su corazón se apacigua gracias a la música. 

Porque esa carambola en forma de cicatriz llega después de pasar por Neonatología. La carambola en esas salas es siempre la misma, como si fuera siempre la primera vez. Te quedas inerme e inerte  al ver a esos bebés minúsculos peleando a abrazo partido de sus padres, de los médicos y enfermeras...toda la ciencia cambiando el rumbo de un mal destino. Y todo el amor de sus padres sujetando el timón llenos de congoja. Por eso se rompen cuando llega la música y todas las emociones desatan la tormenta de su interior y ya no distinguimos el miedo de la esperanza, la tristeza de la alegría en sus lágrimas agradecidas.

Pero hay bebés que no cuentan con el amor de sus padres y ahí está el personal del hospital para que ellos, todavía, no lo sepan. 
                   Como David Javier, tan enfermo y solo.
                   El mundo del revés. La vida en carne viva.


Muchas carambolas para menos de veinticuatro horas...
 Y llegarán más. Las personales. Las que cada día te zarandean, también dolorosamente. Y estás, las tuyas, se hacen más livianas o tú, justamente, más fuerte para hacerles frente. 

Todo eso consigue MeV. El "taco" que propulsa las carambolas que zarandean nuestros corazones y los hace más grande, más hermosos y más vivos.




Esta entrada está dedicada a todo el personal sanitario que nos ayuda y nos acoge agradecidos y emocionados. Su labor es única y siempre reciben a MeV con toda ilusión y agradecimiento.

Este texto ha sido intenso y duro. Quizá por mi propio momento emocional. Y no sé si he podido transmitir lo que quería. Porque todas esas carambolas que retumbaban dentro de mí durante ese hermoso paseo, tenían el sentimiento y el recuerdo puesto en las personas que en ese momento en el que yo paseaba tranquilamente, estaban en el hospital. Aquellas personas que disfrutan de la maravilla que MeV lleva a los hospitales pero que cuando termina, vuelven a su soledad, a su limitación, a la prisión que supone la enfermedad y que te priva de lo más simple y maravilloso: la vida normal. En ellos pensaba y por ellos tanta emoción y tanta tristeza.





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