viernes, 28 de octubre de 2016

Monstruos

Hoy he ido a ver un monstruo.
Un monstruo inexplicable que rebela como ninguno. Y también revela muchas cosas que deberíamos ser capaces de mirar de frente.
Un monstruo que chirría en el alma como una uña deslizándose por la superficie de una pizarra: las enfermedades mentales en niños. Un contrasentido en toda regla que te perfora la razón y el corazón.

Allí estaban, entregadas, 10 niñas, escuchando a Carlos, Isaac y Adel, nuestros chicos de Afindecuentas.

Ellos, cercanos, simpáticos, cantándoles y contándoles.
 Ellas a su alrededor con ojos emocionados y expectantes:
 "¿Nunca habéis pensado presentaros a La Voz"? 
"Esa versión es mejor que el original"
Salpican las canciones con sus comentarios. 
Olvidan, o eso parece, el monstruo que ha venido a verlas y las ha llevado hasta allí y que, como dicen Afindecuentas en una de sus canciones propias, no las deja vivir "Ni contigo ni sin ti". 

Se acaba pronto el encuentro porque debemos dejar esa sala, Sala Margarita del Hospital del Niño Jesús; para irnos a ver a otros compañeros que nos esperan en la sala Santiago.

Allí están 6 niñas y 2 niños. Se repite la presentación. 
Un chaval que lleva el ritmo y la música en las venas, pide canciones y se entusiasma con las que Afindecuentas les regalan y las acompaña con una percusión de sus manos, prodigiosa: "No he aplaudido antes porque estaba embobado". El crío, de unos 14 años, arrebatado, va y viene a esa emoción. Participa con vehemencia y se repliega a ese mundo donde domina el monstruo y nadie puede entrar. En cuestión de décimas de segundo. "Ni contigo ni sin ti"...

Una niña pequeña de unos 8 años se gira a veces con cara de desconcierto y dolor. Instintivamente me acurruco sobre mí y me giro hacia ella, como si fuera un espejo en el que se viera: "¿te molesta el ruido o  algo". No me escucha. Se gira de nuevo y sigue dando palmas sin sonido. Acercando sus manitas sin tocarse.

 El concierto se encoge y se expande al ritmo de sus reacciones.  Una montaña rusa de emociones, de sensaciones, de escalofríos, miedos y alegrías. Eso es un concierto en esas salas. 
Y en ese zarandeo inexplicable, nos aferramos a las sonrisas de esos críos y empezamos a creer que todo es posible. Que hoy, a-fin-de-cuentas, ha venido a verlos otro monstruo poderoso vestido de música, palabras animosas y mucho cariño
para convencerlos de que se puede recuperar el camino de vuelta a casa y encontrar otros monstruos buenos que les ayuden a ajusticiar a ese otro monstruo que es ahora su vida, sin poderlo entender.

Nos vamos. Llegan nuevos chicos ingresados para el fin de semana. Con ojos abiertos preguntan "¿pero han venido a cantar"? Ojos abiertos de sorpresa y alegría, que caen cabizbajos al darse cuenta de que llegan tarde y se lo han perdido: "pero prefiero estar fuera", se consuelan. Y para eso estamos allí, para acercarles una escala de notas que les ayude a trepar y escapar de esas cárcel que es ahora su día a día.

Hoy hemos ido a ver un monstruo y durante una hora la música de Afindecuentas lo ha combatido abanderando la sonrisa y el aliento. Y ellos, los guerreros, muy heridos, se han sumado a ese combate y han ganado, hoy, esa refriega. Al menos su sonrisa y sus miradas agradecidas así nos lo han transmitido.

Ojala haya sido así.
Muchas gracias, chicos



martes, 25 de octubre de 2016

Una cuña en la ventana

Una cuña descansa al lado de la ventana.
Descansa al sol, agradecida.Es lo único que veo en una de las habitaciones de Cardiología del Hospital 12 de Octubre esta mañana.
El sol...que todo lo humaniza y hace menos amargo.


Paula ha llenado ese pasillo de enfermos, de familiares y de una música maravillosa. Bach campa por sus respetos en ese pasillo gracias a Paula.

Me apoyo en la pared y siento un latido. Por un momento, la música vibra tanto y tan hermosa que pienso que son los corazones heridos , al otro lado de las paredes de este pasilllo, en sus camas, los que saltan enloquecidos y retumban sobre ellas. Corazones encogidos, débiles, enfermos que, de pronto, recobran su palpitar antes la profundidad de Bach.

Cambiamos de planta. Nos vamos a Hematología. Se sucede la expectación de pacientes, familiares, personal sanitario...
Algunos enfermos deciden enfundarse sus mascarillas y salir a disfrutar de esas notas que llueven frescas sobre su tedio y su inquietud.

Suenan y suenan esas 4 cuerdas en los dedos pequeños y delicados de Paula. Y resulta, como siempre, pura magia: la madera, el arco y esos dedos transformando esos pasillos en un acogedor universo.

La pared sigue latiendo a mi espalda. Me recorre un escalofrío y me doy cuenta de que es mi corazón el que redobla en mi cuerpo y lo acapara por completo. No hay nada más que sentimiento y verdad allí. Nada más llena este momento. Y todas las sangres enfermas redoblan en la misma emoción y sin ellas saberlo, se fortalecen y vigorizan para seguir dando la batalla. Eso queremos creer. Eso nos dicen algunas personas en esos pasillos. Algunas, sólo con su mirada y su sonrisa.

No podemos pasar a la UCI. Hay un imprevisto y debemos esperar.
Cuando llegamos, Paula regala unas piezas a los familiares que no pueden entrar tampoco. 
De pronto, un ejército de batas verdes salen de la UCI custodiando a un paciente. Ahora ya podemos entrar.
Hay lugares que se meten dentro y de los que cuesta mucho salir. Como una UCI. 
Como les es imposible salir de allí a un par de señores muy mayores que acarician y velan la vuelta a la vida de su hijo que todavía no sabe cómo aferrarse a ella. Un hermoso hijo que debería cuidarlos y visitarlos está, impedido, grave, en esa cama. La madre llora desesperada en su debilidad que no comprende. El padre, apoyado en su bastón, mira en silencio, triste. La madre acaricia la mano de ese hijo que ahora no la puede sostener. Como a un bebé, su bebé. Le habla, y le mece la mano. El padre, en silencio, mira. Llora por dentro.Esos padres ya no podrán salir de allí ni siquiera cuando estén en casa.

Paula toca emocionada. Es imposible no emocionarse en un lugar así.
Resbala la música en las lágrimas urgentes, huidizas, de un familiar que atraviesa la sala sin saber bien dónde ir a descansar tanta tristeza. 

La sala te atrapa y te impulsa a huir. El recibimiento acolcha la fuerte impresión: el doctor jefe es un apasionado de la música y sabe que es un regalo para todos los que están allí. Escucha a Paula con respeto y admiración y la anima a seguir. 

Bach continúa haciendo magia. Paula lo consigue sin decaer un segundo. Media hora en la UCI con la mirada baja, respetando la intimidad y el dolor de los que luchan por sobrevivir y de sus familiares.
Temblorosa, recoge su viola. Vamos saliendo, zarandeadas pero indemnes, hasta que uno de los pacientes que ya puede sentarse aplaude a Paula y la mira y le dice con todo el agradecimiento encaramado en sus ojos y su sonrisa: "muchas gracias por traernos tanto cariño hasta aquí".

¿Cómo explicar todo lo que sucede en ese momento?
 ¿Cómo explicar que en momentos así MeV cobra todo su sentido y sabemos que lo que consigue es algo grande como respirar? 
¿Cómo poner en palabras lo inefable? 
Quizá sólo las lagrimas agolpadas de Paula lo pueden explicar. La emoción de esta joven generosa y entregada, hecha agua, bendita agua, pueden reflejar lo que se vive en los hospitales gracias a ellos y a Música en Vena.

Salimos de allí, sin salir. Tardaremos horas, quizá días en dejar de estar allí dentro.Es así.
 Una vez que Música en Vena se inocula, estás perdido. 
GRACIAS