viernes, 28 de abril de 2017

"Tanto tiempo aquí"


Repetimos con AFINDECUENTAS.Es su tercera vez y hoy, además, vienen con percusión.

Entramos como de puntillas. Organizamos la sala, desplegamos los instrumentos, nos colocamos...

Mientras lo hacemos, aparece una niña parapetada tras su madre y tras unos ojos que se escapan, insobornables, tras un teclado y su propia exclamación: "¡¡¡Un teclado!!!
"Ven. ¿Quieres verlo? ¿Quieres tocarlo?" Sus ganas quieren pero ella se queda, tímida, tras su madre y su emoción. Sus ojos, brillantes como si hubieran descubierto lo único que necesitaban, se le escapan, se le escapan...

Finalmente la convencemos. Carlos se levanta y le cede su asiento. Ella, como en trance, con sus ojos acuosos y enormes, dice, nos dice, se dice, le dice a su amigo el teclado: "llevo tanto tiempo aquí..."

Se sienta y se llena de una luz que nos atraviesa. "¿Os toco algo mío?"  "¡¡¡Claro!!! Y esa cría de 15 años que lleva tanto tiempo ahí nos envuelve en una música preciosa bordada con su voz precisa y aterciopelada con la que nos lanza a un mundo interior enorme lleno de luz y de emoción. Esa cría de 15 años que lleva tanto tiempo ahí, secuestrada por la sinrazón, vuela con los dedos en ese teclado y transforma su pesadilla en pura vida. La música llenando agujeros negros, cubriéndolos, sellándolos a contracorriente.


Esa cría tragándose su agujero negro por unos minutos, cerrando los ojos y saltando ese precipicio que la ha llevado hasta allí.

Y esa sala que es como de cristal, temblaba. Como ella tras cantar. "Sigue, sigue" le decíamos. Y ella "no, tengo que ir a tomar agua". Códigos que no conocemos reinan en ese mundo de sufrimiento. Un vaso de agua es un mar que ella ahora debe cruzar.

Ese mar empapó los temores que me acechaban según la escuchaba anonadada: es que, tal vez,  en esa sala no se puede ni tocar un teclado.
Es que, tal vez, las calorías que quema haciéndolo, tejiendo esa mullida almohada donde reposar su desasosiego, son una trampa dentro del laberinto de la enfermedad. Un cepo en el que caemos todos, encandilados y ajenos a su peligro. 
Estamos en un campo de batalla, siempre lo digo, y no somos conscientes de que está minado para ellos en cada milímetro, en cada movimiento de sus frágiles cuerpos.

Afindecuentas, sin saberlo (o ya sí) desactivan esas celadas con mensajes certeros que marcan un camino de regreso. Un atajo seguro sembrado de música y entusiasmo. Para partir de cero y que todo vuelva a empezar al lado de alguien que haga un día gris bonito otra vez y que me haga olvidar el dulce el terror y me impulse a la casilla de salida y ¡¡¡¡salir!!!!

Ocho crías cantando, sonrientes o tristes, pero cantando. Dejándose mecer por el mar que las lance a la Casilla de Salida o que las haga entender que todos, alguna vez, estamos al borde de perdernos y nos perdernos y no nos queda otra que agarrarnos a lo que nos haga más fuertes.
Como esa cría de 15 años que se aferra a su teclado para respirar allí dentro donde hace tanto que está.


Nos vamos. Llega el enemigo que es su único aliado: la cena. Y aquí no hay tregua, de nada nos sirve la bandera blanca: debemos irnos.

La cría de 15 años se atrinchera ahora en el quicio de la puerta, nos mira y llorando, arrebolada, desbordada de tanto, casi sin poder hacerlo, nos da las gracias. Unas gracias imponderables donde lo único que no cabe es nuestro estupor por no saber cómo devolvérselas a ella por lo mucho que nos ha hecho sentir esta tarde.

 Cada día en ese hospital salimos con las tres heridas de Miguel Hernández  y con esa otra que no tiene nombre.
Porque no lo tiene encontrarte unas zapatillas de estar por casa en forma de conejito


 Perdidas esas zapatillas y perdidas ellas en esa enfermedad que nos pone a todos contra las cuerdas y nos devuelve el reflejo nítido de la sociedad enferma en la que vivimos y de cómo sólo es posible sobrevivir  luchando y anegando agujeros negros con lo más simple y lo más hermoso.
 Como lo es el calor compartido de una música hecha desde el corazón.

Gracias, chicos, siempre vivimos algo muy especial juntos y eso une. Creo que es lo único que crea vínculos auténticos. Como vuestra música y vuestra generosidad.