jueves, 17 de marzo de 2016

Pedazos de vida

Los conocí hace unos meses. Me enamoré. Instantáneamente. Los sigo, los echo de menos.
Llevo a Carlos, a Juana la dulce, a las botas españolas de cuero español... en el coche. Somos muchos. Cada día me acompañan en mis viajes girando en el maravilloso disco que Carlos me regaló. Y siempre me sabe a poco. 
Hoy también.
En es recibidor de la tercera planta van apareciendo personitas con sus goteros y sus papis. Toman asiento, a ver qué va a pasar.Dos jóvenes con guitarra y violín en ristre y dos hermosas sonrisas que lo iluminan todo. La de Carlos plena de timidez. La de María cargada de vitalidad. Ambas radiantes.
Son Galea
Los conozco, me los sé de memoria. Sin embargo, oigo los primeros acordes en la guitarra de Carlos y su voz, tan especial y que tan bien conozco, y un escalofrío me recorre de arriba abajo. Miro a mi alrededor a ver si me encuentro con otros ojos tan damnificados como los míos, llenos de emoción y de sentimiento. Como la voz de Carlos. 

En primera fila unas grupis de 5 y 7 años los miran hipnotizadas. María, con esos ojos despiertos y amables, les explica quienes son y qué hacen y lo que van a cantar, animándonos a todos a participar.

 Carlos ya nos anuncia que no va a ser un ritmo trepidante el que nos envuelva. Y nos embarcan en un viaje, acariciante y sutil. Hay algo en ellos que llega muy adentro. Incluso a esos niños que no se mueven de su silla. 

María y Carlos creando un ambiente cálido y sereno en cada canción. La voz de Carlos rota y suave como una manta vieja de la que nunca querremos desprendernos. La voz de María cristalina y vibrante como un cristal tallado y lleno de luz.
Tan diferentes y hechas la una para la otra... Encajando en perfecta armonía, descansado en la belleza de ese violín que María mece sobre su hombro.

Tocan y cantan a dos palmos de ojitos cansados y sorprendidos, de gente que pasa, otros que se quedan a distancia atrapados por su música; la hermana que rompe a llorar, abrazada a su hermanita cuando se la encuentra atada a un gotero grande como una comba incómoda e inconveniente de la que no puede desprenderse... 
No debe de ser fácil, pero sí conmovedor, tocar así. Tanto que Carlos reconoce haber estado muy nervioso, sudando, impresionado. Su voz no se ha dado cuenta de la tensión en la que estaba. Nosotros tampoco.

Los padres agradecen esa hora de paz y belleza que les ha permitido relajarse al lado de sus niños enfermos, soltar un poquito de la presión y la tristeza que supone ver a tu pequeño en un hospital. Descansando de no sabemos cuántas malas noches y malas noticias que se van acumulando para que la esperanza y la curación trepen y todo quede en un mal recuerdo ya superado. Mientras llega ese momento de volver a casa, agradecen mucho una hora de tregua tan hermosa y bien ejecutada. Les felicitan y se van agradecidos, por haber tenido una tarde diferente con sonrisas con los comentarios de la maravillosa María que "hablo como una cotorra" y emociones muy hondas con la música tocada de corazón y con el corazón.

Un grupo de voluntarios de otras asociaciones quieren acercarse a los músicos para conocerlos y felicitarlos. María se lo pone fácil y quién sabe si no será este el principio de una bonita amistad. La música abriendo caminos y llenándolos de oportunidades para otras cosas. La sonrisa seductora de Carlos, la viveza y alegría de la de María.

Nos ha sabido a poco. Ya lo decía yo. Galea es música en vena que inocula ganas de más. De mucho más. 

Carlos y María agradecen a MeV la labor que hacen porque la consideran muy importante y se sienten orgullosos de ser parte de ella. 
Nosotros sentimos que somos nosotros los privilegiados por poder contar con Galea y construir mundos tan especiales gracias a gente como ellos. Tan generosos que no se lo piensan dos veces cuando les piden una canción para un chaval que se ha ido a su habitación de oncología porque no  podía soportar el dolor sentado en la sala. 

Nos despedimos hasta la próxima que deseamos que sea pronto para llevar al hospital la delicadeza de su música y la magia de sus sonrisas.





Os queremos mucho, Galea.

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