miércoles, 10 de febrero de 2016

Cuatro manos, como dos, como seis...buscando sentido al sufrimiento

Como dos siameses cosidos por un teclado, hombro con hombro, Sofya Nelikyan y Dunkan Gifford inundan el auditorio del Hospital Clínico San Carlos.
 A cuatro manos. Que tan pronto son dos, como tres, como seis, como cinco... reflejadas en la tapa del piano cuyas teclas pueblan con determinación a veces; acariciándolas, otras.
Juntos se balancean al unísono, se agitan y entregan como si fueran un solo cuerpo.
Sus manos se tensan y desaparecen por el teclado como en un cuadro impresionista. Pinceladas apenas perceptibles que suben y suben en un ascenso sin fin. Y ahora nos dan un respiro , un simple espejismo porque en seguida vuelta a empezar. Implacables... En un momento creo que ya los tengo, ya puedo seguirlos, creo saber adónde vamos.Me deslizo por esa melodía....hasta que una nota me saca de ese regato y me lleva de nuevo a un trayecto indefinido que no sé dónde quiere acabar. De nuevo el vértigo, la sublime delicia de dejarse llevar por una fuerza poderosa que ejecuta y dirige este viaje en el que sólo la música sabe su destino. Sofya y Dunkan agitándose de nuevo, como movidos por el mismo resorte. Se abalanzan sobre las teclas como si huyeran y sacan de ellas una turba de sonidos imposibles, casi indescifrables.

Los seguimos como podemos. Admirados del esfuerzo que supone temperar ese vendaval.
Y casi sin darnos cuenta, estamos en un hermoso lugar donde las notas son gotas suaves, deliciosas que nos llevan a un remanso de paz, donde quisieramos quedarnos. Sabemos que es un armisticio. El justo descanso de un corazón excesivo, lleno de tanto. Pero ahí en ese manantial de melancólica paz se está tan bien... Cerramos los ojos. Preparados para lo que inevitablemente vendrá. Y viene. Subimos de nuevo. Tiemblan los músicos y sus dedos vuelven a perderse en cuatro y cinco manos, que ahora parecen solo dos y de nuevo son seis... Es así. Tiene que serlo. Se trata de Mahler.

De su octava sinfonía en Mi bemol, " La Sinfonía de los Mil" adaptada para piano a cuatro manos, que de pronto son sólo dos, como parecen cuatro, y ahora son seis...


Estamos en un hospital. En un concierto organizado por la Fundación Montemadrid y Música en Vena. Con Mahler. El público son enfermos, familiares, amigos, amantes de la música... Parece un contrasentido y, sin embargo, todo encaja como en un rompecabezas con mantra. 
El folleto que nos han dado a la entrada intenta explicárnoslo. 
Un poco:
"Mahler sabía que su música, con sus luchas y contradicciones brutales, retrataba como ninguna al ser humano en su terrible voluntad de ser, en su necesidad de encontrar un sentido al sufrimiento."

Eso es lo que hacen algunos hospitales como el Clínico. Además de intentar curar el sufrimiento, intentan acompañarlo y darle un sentido cuidando la dimensión humana de la enfermedad llevando música hasta sus salas para hacer ese dolor más llevadero y, sobre todo, más humano. 
Es tan importante no olvidar que somo seres humanos en esta sociedad cada vez más mecanizada, mercantilista y despiadada... 
Y esa es la única misión de Música en Vena: acompañar y dar un empujoncito a las personas que sufren en los hospitales,darle un sentido a ese momento oscuro y difícil. 

Así que, esas cuatro manos haciendo arte toda la contradicción y la pasión de un genio, llevándonos arriba y abajo perdidos, aturullados, emocionados, serenos..., según tocaba, estaban haciendo feliz a su autor, a la voluntad de su música que hacían realidad y a las personas que estábamos allí y sabíamos por qué estábamos allí. 

El director del festival, Xabier Güell, en la introducción al concierto ya nos anticipó con auténtica pasión el torbellino que se nos venía encima y el genio que lo hizo posible en un tiempo que, quizá, todavía no era el suyo. Quiso que nos enamoráramos de esta sinfonía antes de escucharla y nos aseguró que si la escuchábamos orquestada, nos cambiaría la vida.

Muchas de las personas que estaban allí no necesitaban escuchar esa sinfonía para saber que la vida cambia en un segundo. Que todo lo que significa bienvivir se quiebra en un segundo. Que la enfermedad te instala en un mundo diferente que te permite valorar lo que es vivir a manos llenas. 

El hospital es un paréntesis en el que la vida se agrieta, se reseca y duele. La música permite salpicar ese barbecho para que recupere su esponjosidad hasta la próxima cosecha y para que  recuerde que, a pesar de lo duro del momento,  pueden llegar nuevas primaveras. Que la savia no ha desaparecido  y que, con calor y fuerza, todo se puede. Sobre todo si no te sabes completamente solo.

Ayer esa música tan poderosa, tan bien ejecutada, sin descanso durante una hora y media, no dejó espacio para nada más que no fuera fuerza y entrega. 
Lástima que  ese alud musical no pueda llegar a cada rincón del hospital, allí donde están las personas que más lo necesitan y que no pudieron desplazarse hasta esa sala. 


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