viernes, 12 de junio de 2015

Veleros

¿Cuántas veces al día, a la semana, al mes, te regalas el placer de dedicarte por completo a algo que te hace feliz, que te reconcilia con la vida?
¿Cuántas veces al día, a la semana, al mes logras desconectar ese mecanismo maravilloso e insaciable que es la mente para solo sentir y dejarte llevar?
¿Cuántas veces al día, a la semana, al mes, puedes parar esta rueda vertiginosa en la que vamos acalorados a ninguna parte, para contemplar y maravillarte de la vida?

Yo voy robando retazos. Es lo único que consigo. En esa carrera interior y vital voy conquistando instantes de plenitud.

Ayer MEV me regaló algo más que un instante. Gracias a ella pude dedicarme a una de las cosas que más me gustan y que nunca hago: escuchar música clásica, entregarme a ella sin hacer nada más. Tan desacostumbrada estoy que me costaba retener mis pensamientos que saltaban indisciplinados fuera de esa sala en la que Elisabeth Leonskaja nos dió un recital de piano de levantar la piel.


  
Sus manos corrían ágiles por el teclado de un maravilloso piano que llenaba el escenario.
El sonido nítido, perfecto, inundó la sala. Nos inundó.

Era como un manto que acallaba otros estruendos y nos sosegaba y llevaba a otro mundo de placidez y fuerza. La música subía y bajaba. Gritaba y susurraba. Se crecía como un huracán y corría suave como un riachuelo complacido. Una mano se deslizaba cadenciosa sobre el teclado, mientras la otra se perdía de nuestra vista en un desenfrenado éxtasis. Al mismo tiempo. Un prodigio de coordinación, técnica y armonías que acompasaba nuestras almas sorprendidas. 
Desafortunadamente ese salón está exento del edificio central y no hubo muchos pacientes que pudieran desplazarse hasta allí. 
El gotero de una de ellas se erguía firme en la primera fila.
Su mano se aferraba a él como en un velero dispuesto a atravesar la tormenta.



En medio de todas nuestras tormenta,
las piezas de Schubert, que Elisabeth Leonskaya interpretó magistralmente, transmitían el contrapunto de la pasión y la ternura en una sucesión casi imposible. Contradictoria.Cambiante y sorprendente. Como la vida. Como el ánimo de esas personas que pasan por un momento difícil en un hospital. Que sube esperanzado ante un futuro incierto y segundos después se precipita al oscuro fondo de la desazón, el miedo y el dolor. En un vaivén impredecible y erosivo que requiere de fuerza y voluntad para sobrevivir. Atados a ese velero necesitan la ayuda de un viento suave que les ayude a surcar esos altibajos inevitables que supone toda enfermedad. 

                        Y esa es la vocación de MEV.
Ser la brisa que los acaricie al tiempo que los impulsa a llegar a buen puerto, inflando sus velas de emoción, de fortaleza, de voluntad, de necesidad de seguir navegando.


El regalo de Leonskaja fue un viento potente y firme que nos empujó a todos a ese mundo donde todo es posible porque el corazón bombea con fuerza y no hay barco que no pueda intentarlo con un motor palpitante y decidido. Engrasado por la emoción de emocionarse, de sentir que la vida tiene fuerza y empuja porque somos capaces de emocionarnos con la vibración de una tecla removiendo nuestro interior. 
En medio de ese fragor de esa maravillosa música invadiendo todas nuestras  venas, soñaba yo con la posibilidad de extender esa ola de pasión y ternura a todo el hospital. Que desde esa sala,volaran las manos de Elisabeth, empujando puertas y ventanas, como un huracán e hicieran llegar esa música a cada rincón del enorme hospital. Enmudeciendo monitores, conversaciones, llantos y desesperanza. Empujando como un vendaval y limpiando el aire de temores y grisuras. Dejando caer notas como gotas feraces dispuestas a fecundar cada recodo baldío.
Poniendo a salvo a los veleros. Por unos momentos,lejos del iceberg de la enfermedad 


 La paciente de la primera fila ,aferrada a su velero, salió de la sala llorando, conmovida, agradecida: la música del piano había empujado su  embarcación a un puerto seguro, el de las emociones. 

Así se lo hizo a saber a Virginia que nunca confunde lo urgente con la importante. Lo urgente era que la maestra rusa diera su recital en las mejores condiciones. Lo importante era que la música entrara por las venas de quienes más lo necesitan y para los que existe MEV, los pacientes. Virginia sabe que hay que atender siempre lo importante, mucho antes, más y mejor que lo urgente. Y eso hace en cada encuentro: abrazar a los pacientes con su sonrisa y sus palabras y hacerles protagonistas de cada concierto. Por eso MEV es Virginia y sin ella, nada es igual.

La sonrisa, humilde, de Leonskaya nos despide. No sabemos cómo felicitarla y darle las gracias. Ella nos atiende con una sencillez que desdice al "monstruo" escénico que nos ha deleitado antes. Las grandes personas no saben que lo son. Los demás las descubrimos en las pequeñas cosas que hacen, que transforman el mundo. Como el concierto del miércoles 11 de julio en el Gregorio Marañón donde una soberbia  capitana convirtió un hospital en un puerto protegido de veleros de henchidas velas, dispuestos a surcar ese océano con más determinación.

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