jueves, 12 de marzo de 2015

Las amarras de la vida

Es fácil imaginarnos en una playa del Caribe, descansando, aunque nunca hayamos estado. Tampoco sería difícil imaginar el pesado y claustrofóbico trabajo en una mina, por ejemplo.

Aunque nos equivoquemos, aunque no sea  cómo lo imaginamos, seremos capaces de hacernos una idea, de colocarnos en ese escenario de algún modo y acercarnos a lo que se pueda sentir en esas situaciones.


Pero hay situaciones ante las que es imposible imaginar cómo nos sentiríamos, qué haríamos, cómo las viviríamos. Es imposible.

Pasar por una Unidad de Cuidados Intensivos al borde la muerte, es "intrasladable".
No hay manera de acercarse a la experiencia de despertar en un mundo desconocido, dolorida, sin reconocerte ni reconocer qué haces ahí, cómo llegaste, qué te pasa. 

Despertar en un sueño que no identificas como tu propia pesadilla y en el que te desadormeces solo para querer cerrar de nuevo los ojos, imaginar que es un mal sueño y no poder hacerte preguntas que te hielan la sangre y el entendimiento. Preguntas que te cuestionan si estás viva, si podrás seguir estándolo mucho tiempo más o estás simplemente en la antesala de lo inevitable.

Pasa el tiempo y el duermevela se va retirando para dejar paso a la conciencia que, atrevida, quiere saber más; a pesar de que el pánico, el dolor, la incomodidad,la soledad y hasta la vergüenza le dicen que no haga preguntas, que deje que las respuestas vayan llegando cuando sea conveniente.

Empiezas a recordar y lo último que recuerdas como real es un golpe fuerte, estrépito y la conciencia de que ese viaje se terminaba en mitad de trayecto. Sin saber dónde ni cómo están tus compañeros de viaje, te ves rodeada de gente extraña, tubos, máquinas, más camillas y médicos y enfermeras que  todo lo controlan  y aletean alrededor como ángeles de la guarda.  Y casi sin querer terminas la oración infantil: "dulce compañía. No nos abandones ni de noche ni de día".

Algo así es inefable, probablemente hasta para quien lo ha vivido. Las palabras se desdibujan en la confusión, el miedo y el alivio de haber salido de ese limbo en el que el tiempo y la vida hicieron un descanso incierto, aunque finalmente -eso no lo sabías- no definitivo. Imposible describir y dilucidar lo real de lo onírico.
Lo real de los miedos y los anhelos que se colaban en ese universo blanco de silencio. Un universo arropado por la muerte en el que cada movimiento, cada decisión, cada respirar es una estrategia para derrotarla. Sólo caben  tiempo y lucha, en esos espacios.


De pronto, el limbo se convierte en algo más vivible: aparece algún ser querido que te devuelve la emoción y te acaricia con sus palabras, sus besos y  esperanza. La vida fecunda ese espacio estéril y ese campo de batalla se acoraza con el calor y el amor de los que te quieren y quieren protegerte de ese silencio blanco.
Y preñan ese líquido amniótico de catéteres y monitores en una prolongación de  vida posible.
El sudario se convierte en un dulce arrullo.






Se necesita paciencia para esperar, de nuevo, la llegada de la caricia de alguien querido.
Paciencia, que alarga más esos minutos infinitos que pierden su dimensión.Paciencia que se impacienta según pasan los días y siguen acuciando las preguntas insidiosas.





Alguien que ha vivido algo así (¿cómo me atrevo a imaginar lo que ha podido vivir alguien en una UCI?) se ha puesto en contacto con Virginia para decirle que quiere colaborar con MeV,
que quiere tocar para MeV.




Estuvo entre la vida y la muerte después de un accidente y sólo pudo sanar o pudo soportar el proceso de sanar, de saber si podía recuperarse, gracias a la música. Sus amigos (sabios amigos) supieron alfombrar ese duro camino con su música. Supieron que las palabras no podían llegar a las heridas de su amiga y cauterizarlas, que era necesario algo más. Así le llevaron música a esos momentos de incertidumbre y miedo; y ella sabe, ahora, que fue la música la que le dio la fuerza que necesitaba para soportar esa espera.
Que fue la música la que la amarró a la vida, de la que no quiso desprenderse. 
Ha comprendido, a pesar de su tremenda juventud - o quizá por eso mismo- que la música la ayudó tanto, que no imagina cómo podría haber salido de esa experiencia sin su compañía. 

Por eso ahora quiere  llevar esa misma medicina a gente que sufre una enfermedad, que pasa por un hospital cargada -como ella- de miedos, preguntas, impaciencia, dolor, sufrimiento. Quiere tocar para ellos.Porque sabe que la música sana el alma, la robustece, la funde a los resortes que hacen la vida hermosa y vigorosa, la conecta con energías que no conocemos y que levantan la voluntad y la siembran de fortaleza.
La música llega donde nada ni nadie llega y desde allí sopla  vientos favorables a la recuperación.





Virginia, conmovida, se deja ir en lágrimas de emoción. Conmocionada comprueba, una vez más, que ese sueño que ella ha hecho realidad era imprescindible sin ella saberlo. Su sueño lleva el bienestar a la gente que más lo necesita. 
No puede dejar de emocionarse cuando recibe el testimonio de las personas que saben, como nadie, que esto es así y que Música en Vena debe seguir fortaleciéndose  y llegando a más hospitales, a más salas donde las personas se enfrentan con lo peor y lo mejor de la vida, para instalar dentro de ellas la posibilidad de encadenarse a la emoción; y ,gracias a ella, de seguir luchando con más sentido y  más fuerza.

3 comentarios:

  1. Gracias por expresar de una forma tan maravillosa las sensaciones vividas tras un paso por la UCI.

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  2. Gracias por expresar de una forma tan maravillosa las sensaciones vividas tras un paso por la UCI.

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  3. Gracias a ti, Inma. Por tu entrega y tu generosidad. Con este blog, con MeV y con la vida. Te envío un beso muy fuerte y toda mi admiración y cariño.

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