Así es Musgo.
Con su maravillosa arpa, su sombrero cuajado de flores, sus ojos intensos y alegres, la gracia de Cádiz y el amor por lo que hace ha llegado a la unidad de oncología y ha explicado su arpa. Y en su forma de presentarla nos ha contagiado su amor.
Pulsa las cuerdas y es como una brisa que refresca y acaricia.
Suavemente va deslizando su arpa, velando el dolor. Encontramos ese consuelo en la sonrisa de algunos pacientes y en sus aplausos al finalizar cada pieza.
También en la gratitud de algunas enfermeras que equilibra con creces el mar humor que nos estalla de golpe en una esquina.Un mal día lo tiene cualquiera y en esas salas no están, a veces, de humor.
Podremos ir muchas veces al mismo sitio y nunca nos acostumbraremos.
Siempre el mismo sitio y siempre distinto.
Nunca nos acostumbraremos a ver el sufrimiento y nunca saciaremos la necesidad de aliviarlo.
Musgo, con gran generosidad, desnuda su ukelele
y se despide de todos con esas otras cuerdas más ingenuas y rítmicas. Se mueve por la sala diciendo adiós con esa música linda y serena que suena como un broche de lentejuelas.
Musgo se va queriendo volver. Se lleva la piel erizada y el corazón afligido y contento. Pleno de emociones y de ganas de más.
Y volverá a otras salas donde su manto rocíe con ganas de disfrutar y alegría a todas las personas que tanto lo necesitan.
Gracias Mar, te esperamos pronto.
Hoy no sólo los pacientes necesitaban ese manto. Una de nosotras se desmadejaba en recuerdos de esos que se imprimen en el alma y cuesta respirar. Volver a donde nunca quisiste estar y estuviste puede resultar insoportable aunque todo quedara en un monumental susto. Y ahí estaba una de nosotras tragando ese maltrago a bocanadas. Lo prioritario ha sido salir a flote con ella sonriendo. Y lo ha conseguido.Como una campeona. Sólo quedaba que la música de Musgo la reconfortara de ese viaje a las tinieblas que ha vuelto a sentir en el alma.
(Va por ti que no estás aquí)
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