Se lo cuentan a ellos que los miran con ojos cansados.Cuerpos desmadejados,demasiados pequeños para batallas tan grandes.
Olaya y Alejandro les hablan, les cuentan y les cantan. Les entregan sus ganas, su sonrisa, su vitalidad, su pasión por la música, sus voces inmensas sobre la cálida piel de una hermosa guitarra.
Y los ojitos cansados no se cansan de saborearlos, algo más abiertos cuando la voz de Olaya estalla contra las paredes de esas salas y ese pasillo.
Alejandro y Olaya les buscan en músicas que pueden reconocer (Adele, Cristina Aguilera) pero quieren encontrarlos en sus propias vivencias y así, se las regalan con el mismo amor con el que las han compuesto. Amor al amor (miel), amor a una hermana (luces), amor a las mujeres luchadoras...amor a la música, a ese otro idioma que penetra y toca donde nada más puede hacerlo.
Y ellos, los ojos cansados, se despiden agradeciendo y alabando esas voces que tan maravillosamente bien hoy les han alejado de su propio cansancio durante una breve media hora.
Enfrente, en la otra sala, el grupo los espera impaciente:" ayy, ya era hora, que estamos muy aburridos". Pues ya estamos aquí. Entre ojos menos cansados y cabellos encendidos de colores. Rojos, verdes... colores pintando la realidad como queriéndola cambiar. Quizá sea una forma de cambiar eso que no les gusta, de poner en su mundo ese color que no entienden por qué les falta.
Olaya y Alejandro
vuelven a comunicarse con ellos explicándoles las ganas que tenían de estar ahí para llevarles todo eso que tienen para ellos.
Una chiquita, apoyada en la mesa, los mira con los ojos muy abiertos como queriéndoselos llevar puestos en la retina. Esas maravillosas voces entrándole por los ojos y llevándola muy lejos.
Alejandro les habla de amor y alguna se confiesa enamorada y yo no puedo evitar preguntarme por qué ese amor no le ha sido suficiente para poder contra lo que la puede. Por qué el amor no la salva de esa sonda nasogástrica que se ancla como un mal remedo de un piercing rebelde. Quizá hay fantasmas mucho más poderosos que el amor. Quizá es que el amor no lo puede todo.
Se nos echa el tiempo y el celador encima. Debemos irnos. Nos cuesta desperdirnos, como siempre, dejarlos allí. Nos queda el inútil consuelo de pensar que en esas paredes todavía resuenan las voces de estos maravillosos artistas que durante media hora les han hablado y cantado con el corazón.
Gracias, chicos. Hasta muy pronto
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