El viernes 2 de marzo, Música en Vena, cumplió 6 años. ¡Increible! ¿No?
Porque parecen 6000 y al mismo tiempo nos sigue pareciendo un bebé recién nacido al que hay que cuidar y proteger cada vez más.
A mí este año se me ha roto. De pura vida. Nada grave. Rota también se puede vivir y es todo un aprendizaje.
Este año como una equilibrista, he luchado por no caer, por mantener la cordura. Braceando. Esperando encontrar asideros. No los había. Hay travesías que hay que hacer sola. No puede ser de otro modo.
Por eso el sexto año de MeV, yo he estado tan lejos pero tan cerca... Lo he echado tanto de menos...
MeV crece. El niño se convierte en un adolescente que vuela, se separa, se convierte en otro.
MeV ha crecido. Ha cambiado. Sigue siendo lo que era. Un soplo de vida. Un milagro. MeV no se puede explicar. Hay que vivirlo.
Y eso era lo que ha cambiado mucho. Que lo vivíamos con tanta intensidad... Aunque no estuviéramos, la corriente que nos unía eran tan fuerte, tan especial que lográbamos transmitirnos toda esa fuerza, esa emoción, y nos lanzaba a más y mejor.
Ahora eso ya no está. Y siendo un prodigio indispensable, que crece, que vuela, que sigue cultivando el alivio donde casi es imposible, nos queda un poco más lejos. Alejado como un adolescente que busca su cauce desentendiéndose de lo que deja atrás y lo hizo posible. Ley de vida.
El viernes lo intenté todo por ir. Por reencontrarme con ese adolescente a quien tanto quiero. Por soplar esa hermosa vela y abrazar a mis compañeros a quien casi no veo y han sido tanto para mí.
Lo intenté todo, pero mi sentido común me dijo que no llegaba (luego supe que habría llegado porque la hora era orientativa). Así que no fui. Y me quedé triste en el coche un rato, asimilando la decepción.
Después pensé que quizá no sería el bebé que yo conocí.
Que ya no estaría esa comunión que conocí tan bien.
Que me faltaría mucha gente y mucha ilusión y me sobrarían estrategias y artificios.
Que quizá no era tan terrible quedarme con el ingenuo dulzor de lo que conocí y sentí tan intensamente y tan especial.Al menos este año. El primer año sin ella.
Porque de repente me di cuenta de que en esa reunión me iba a encontrar con un agujero negro insoportable.
Y casi agradecí al destino mi ausencia. Porque quizá no iba a poder soportar la suya. Grande. Injusta. Gratuita. Desde el verano se resquebrajó ese vacío que duele y que ese día se iba a reabrir como un precipicio.
Porque a MeV le falta alguien muy importante aunque no lo sepa. Alguien a quien MeV sanó el corazón y ella, a cambio, se lo regaló. A manos llenas. En medio de una lucha dolorosa, cruel.
Y así, de pronto, me di cuenta de que era muy feliz de que MeV siga hermoso, único, imprescindible. Y de que me hubiera encantado brindar con mis compañeros por muchos años más.
Pero también sentí el consuelo de no tener que encontrarme con ese vacío que desdibuja la alegría y la ensombrece. Y me quedé en mi coche un rato, cerrados los ojos, recordándola y celebrando con ella lo mucho que vivimos juntas gracias a MeV y lo muy dentro que la llevaba en cada concierto y en cada traspiés de mi vida.
Este año mi vida se ha roto también porque ella se fue.
Este año MeV cumple 6 años sin ella. Y no es lo mismo. Nunca lo será.
Así celebré el cumpleaños de mi querido MeV. Tan lejos pero tan cerca.
Y contigo, hermosa y generosa mujer que aunque no estás, sigues alumbrando mi camino. Sólo por conocerte y conocer a gente tan maravillosa voy a estar agradecida a MeV toda mi vida.
Y querré a este bebé hecho adolescente como parte de mi corazón roto , para siempre.
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