salimos conmovidos de cada encuentro con los pacientes.
De un modo u otro, podemos experimentar el impacto que supone llevar música a esos lugares donde tan pocas cosas hermosas entran.
Entran los miedos, la desesperación, el dolor, la incertidumbre, la impotencia, la soledad...
Con MeV entra lo bueno de la vida: el calor, la compañía, la alegría, la emoción....Y lo vemos.
Vemos sonrisas sorprendidas, ojos aguados, entusiasmo participativo, aplausos agradecidos...Sentimos el escalofrío de ver el asombro y la gratitud en esas miradas cargadas de tantas otras cosas...
Vemos cómo las lágrimas de dolor se transforman en lágrimas de emoción y cómo las ganas de vivir esa música arrincona ese tormento insobornable.
Frecuentemente lo verbalizan y se interesan por quiénes somos y quiénes son los músicos. Otras muchas lo expresan con su mirada caída.
Siempre se vive algún momento único que justifica por sí solo la existencia de MeV.
Todos los que hemos estado ahí sabemos lo difícil que es explicar esos momentos y lo extraordinarios y valiosos que son. Nos vamos siempre con el corazón rebosante.
Vemos muchas, muchas cosas. Pero ¿y lo que no vemos....?
MeV es como un polvo de oro que se filtra en el alma de los pacientes y se queda ahí para siempre.
Oro puro en la oscuridad de la enfermedad que ilumina ese camino tan difícil y duro.
Y muchas veces no lo vemos, pero germina siempre. Tanto, que es posible que meses después, años incluso, te encuentres con un enfermo que sigue su peregrinar por salas y hospitales (la enfermedad, con suerte, es una carrera de fondo) y te diga lo importante que fue para él encontrarse un día con esa música y esa maravillosa gente que es MeV.
Que te recuerde como si no hubiera personas en el mundo y recuerde al músico que ese día le ayudo a seguir adelante.
Que te suplique que sigáis adelante con esa labor tan maravillosa.
Que se sienta tan impregnado de aquello que se enrede contigo en un abrazo que diga todo lo que las palabras no pueden decir.
Porque hay emociones que no tienen palabras y el agradecimiento sólo cabe en un abrazo. Y en ese abrazo, él y tú sabéis que hay un mundo. Otro mundo. Ese que no vemos pero que MeV va sembrando como una hormiguita. Un mundo que mejora este y lo hace más vivible y esperanzador. Y en ese abrazo, que fue inevitable para una de nosotras, encontramos todo lo que no vemos. Todo lo que MeV disemina y transforma; en silencio, a pequeños sorbos de arte y de emoción.
Y todo eso, eso que es impagable e inefable, es la esencia de MeV y lo que la hace imprescindible.
Hace tiempo que estoy fuera de juego y también lejos de vivir este tipo de experiencias. Lo echo de menos como respirar. Gracias a una compañera que compartió su experiencia conmigo pude vivir, de algún modo, la energía que supone MeV y ella, así, me la inoculó.
Eso también forma parte de MeV: Inocularnos su fuerza incluso en la distancia.
Gracias, Rosa, por sembrar en los campos de barbecho; tanto, que he podido volver a escribir gracias a ti.
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