La boca de la verdad nos engulló ayer en el hospital "Niño Jesús" , en las salas Santiago y Santa Margarita. Como Pinochos aturdidos en el protector vientre de una ballena generosa.
Las salas estaban más llenas que otros días de personitas en pijama que acudían al encuentro de Chrisstina y Gabriel
con disciplina más que con ánimo. Porque éste, el ánimo, se ha quedado algo regazado en una competición en la que la confusión y el dolor van por delante, asolándolo todo.
Suena aterciopelada la linda guitarra de Gabriel y arrancan los diecisiete años de Christina en una voz potente, prodigiosa, con una fuerza, un sentimiento y un dominio que nos deja a todos clavados en el sitio. Escalofríos de emoción nos recorren a todos, infatigables. Nos miramos incrédulos.
Las caritas de esas personitas en pijama se transforman. Ya no están allí, están en otro lugar donde todo lo bueno, lo que no recordaban que está dentro de ellos, surge y confabula para firmar, durante una hora, un maravilloso armisticio.
La verdad de sus ojos empañados, asombrados de que esas voces, esa música pueda llenarlos de tanto bueno y convertir ese instante en un cobijo donde solo caben la emoción y la belleza.
La verdad de sus sonrisas involuntarias al recibir esa tromba de energía, de belleza hecha música.
La verdad de sus gestos que se buscan unos a otros para compartir algo tan hermoso, tan grande, que no acaban de comprender: se miran y se enseñan sus brazos extendidos, con los vellos de punta, erizados inexplicablemente por ese canto que los pone en contacto con lo esencial.
La verdad de sus aplausos espontáneos que aplazan hasta escuchar la última nota, temerosos de romper ese abrigo en el que se ha convertido el hospital.
Algunos llegaron con ojeras y rostros desencajados por el sufrimiento. La música los alejó de esa zozobra y obró la metamorfosis del sosiego de su alma en la serenidad y la alegría de sus rostros.
No había ninguna duda. Hablaba la boca de la verdad: boquiabiertos expresaban su asombro al sentir a su afligido cautiverio debilitado por la luz, la energía, el temblor, de la emoción.
Otros, revolucionados, con ganas de ruido y movimiento, nos acogieron expansivos, algo descontrolados (celebrando, las chicas, la presencia del guapo de Gabriel).
Se subieron,sin convicción, al tobogán de matices de la voz de Chrisstina y mecidos por ese torrente aterciopelado se abandonaron, sorprendidos, a un viaje por un territorio común esplendoroso y único que no imaginaban minutos antes.
Sus bocas abiertas nos hablaban, otra vez, de la verdad.
La verdad de la vida.
La verdad de lo único importante: somos lo que somos por lo que sentimos.
La verdad de la belleza: somos hermosos, atractivos, cuando nos llenamos de emoción, de sentimientos bellos.
La verdad de su mentira: sólo estaremos completos cuando nos llenemos de la fuerza de sentir. Sentir con los demás. Sentir la maravilla de sentir.
La boca de la verdad en sus bocas abiertas. Durante una hora. Sin pestañear.
Boquiabiertos ante algo tan simple como dos voces y una guitarra. Boquiabiertos, conmovidos, por lo que la pasión y la música pueden revelar.
Boquiabiertos al comprobar que ellos son todo eso que ahora están recordando.
Porque "recordar" es pasar por el corazón. Y Chrisstina y Gabriel, con su música, se lo traspasaron ayer. Y, así, les recordaron -y nos recordaron- que son todo eso que ayer los estremeció hasta hacerles sacudirse, un poco, ese pesado plomo que ahora mina sus vidas.
Gracias
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